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25 ago 2013

—Vamos a perseguir el amancer

—Es hora de levantarse, nena. Voy a encender la lamparita —me dice en voz baja.
—No —protesto de nuevo.
—Quiero perseguir el amanecer contigo —dice besándome la cara, los párpados, la punta de la nariz, la boca, y entonces abro los ojos. La lamparita está encendida—. Buenos días, preciosa —murmura.
Protesto, y él sonríe.
—No eres muy madrugadora —susurra.
Deslumbrada por la luz, entreabro los ojos y veo a Christian inclinado sobre mí, sonriendo. Divertido. Divertido conmigo. ¡Vestido! De negro.
—Pensé que querías sexo —me quejo.
—Anastasia, yo siempre quiero sexo contigo. Reconforta saber que a ti te pasa lo mismo —dice con sequedad.
Lo miro mientras mis ojos se adaptan a la luz y aún lo veo risueño... menos mal.
—Pues claro que sí, solo que no tan tarde.
—No es tarde, es temprano. Vamos, levanta. Vamos a salir. Te tomo la palabra con lo del sexo.
—Estaba teniendo un sueño tan bonito —gimoteo.
—¿Con qué soñabas? —pregunta paciente.
—Contigo.
Me ruborizo.
—¿Qué hacía esta vez?
—Intentabas darme de comer fresas.
En sus labios se dibuja un conato de sonrisa.
—El doctor Flynn tendría para rato con eso. Levanta, vístete. No te molestes en ducharte, ya lo haremos luego.
¡Lo haremos!
Me incorporo y la sábana resbala hasta mi cintura, dejando al descubierto mi cuerpo. Él se levanta para dejarme salir de la cama y me mira con deseo.
—¿Qué hora es?
—Las cinco y media de la mañana.
—Pues parece que sean las tres.
—No tenemos mucho tiempo. Te he dejado dormir todo lo posible. Vamos.
—¿No puedo ducharme?
Suspira.
—Si te duchas, voy a querer ducharme contigo, y tú y yo sabemos lo que pasará, que se nos irá el día. Vamos.
Está emocionado. Su rostro resplandece de ilusión y nerviosismo, como el de un niño. Me hace sonreír.
—¿Qué vamos a hacer?
—Es una sorpresa. Ya te lo he dicho.
No puedo evitar mirarlo con una amplia sonrisa.
—Vale.
****

—¿Adónde vamos? —pregunto, perpleja. Estamos en la interestatal 95 y nos dirigimos hacia el sur, es lo único que sé.
—Vamos a un campo de aviación.
—No iremos a volver a Seattle, ¿verdad? —digo alarmada.
No me he despedido de mi madre. Y además nos espera para cenar.
Se echa a reír.
—No, Anastasia, vamos a disfrutar de mi segundo pasatiempo favorito.
—¿Segundo? —lo miro ceñuda.
—Sí. Esta mañana te he dicho cuál era mi favorito.
Contemplo su magnífico perfil, ceñuda, devanándome los sesos.
—Disfrutar de ti, señorita Steele. Eso es lo primero de mi lista. De todas las formas posibles.
Ah.
—Sí, también yo lo tengo en mi lista de perversiones favoritas —murmuro ruborizándome.
—Me complace saberlo —responde con sequedad.
—¿A un campo de aviación, dices?
Me sonríe.
—Vamos a planear.
El término me suena vagamente. Me lo ha mencionado antes.
—Vamos a perseguir el amanecer, Anastasia.

50 SOMBRAS DE GREY

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